La adicción que se cura creyendo
- chowikeistudio
- 27 may
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No todos los adictos se inyectan. Algunos solo han perdido la fe en ellos mismos. Esta es una historia sobre adicción, serotonina… y espiritualidad.
No tenía jeringas escondidas ni vivía en la calle. Iba a trabajar, pagaba cuentas y sabía cómo disimular el cansancio. Pero cada noche, cuando todo se calmaba afuera, algo en su interior seguía gritando. No podía dejar el alcohol. Ni el cigarro. Ni las pastillas para dormir. Tampoco creía que fuera un adicto. Solo pensaba que necesitaba algo para soportar el ruido.
Un día, simplemente apagó el celular y cerró los ojos. No sabía rezar. Nunca fue muy creyente. Pero pensó: “Por favor... Si hay algo allá afuera, no me sueltes.”No fue un milagro. Pero tampoco fue nada. Fue un punto de giro silencioso. Como si algo —dentro de él— finalmente hubiera escuchado.
¿Por qué no podemos simplemente “tener fuerza de voluntad”?
Durante décadas, nos han repetido que las adicciones se superan con disciplina. Con coraje. Con ganas. “Si quieres, puedes”. Pero en la práctica, esa fórmula se rompe una y otra vez. No porque las personas no lo intenten, sino porque no tienen con qué sostenerse por dentro.
Cuando tu cuerpo está agotado de producir serotonina —esa sustancia natural que regula el ánimo, el sueño, el apetito y la paz interna— lo único que puedes sentir es vacío. Y el vacío no se llena con frases motivacionales. Se llena con lo primero que calme la ansiedad, aunque dure poco. Esa es la puerta por la que entra la adicción: como una anestesia rápida para un dolor invisible.
Serotonina y espiritualidad: dos caras de una misma recuperación
La serotonina no es solo química cerebral. Es un reflejo de cómo te sientes contigo, con el mundo y con la vida. Cuando hay conexión emocional, cuando hay calma, cuando sientes sentido… el cuerpo responde. El sistema nervioso baja la guardia. El cortisol disminuye. La serotonina sube. No es magia. Es biología emocional.
Y ahí es donde entra algo que muchos han olvidado: la espiritualidad.
No hablamos de religiones rígidas ni de dogmas que te alejan de ti mismo. Hablamos de esa forma sencilla de mirar hacia adentro, de pedir ayuda aunque no sepas a quién. De recordar que no eres solo tus síntomas ni tus recaídas. Que hay algo más, incluso si no puedes nombrarlo.
Espiritualidad real, sin adornos
Para muchas personas, la espiritualidad fue el único lenguaje que les permitió calmar el cuerpo y despertar el alma al mismo tiempo. A veces empieza con una frase escuchada por casualidad. O con el simple acto de respirar con intención. No es un evento místico, es un regreso a lo esencial.
Como le ocurrió a una mujer de 27 años que solo decía estar “estresada”. Se mordía las uñas hasta sangrar y temblaba al dormir. Una noche escuchó una frase que no olvidó:“Cuida tu cuerpo, cuida tu alma, y no permitas que otros decidan por ti.”No era creyente. Pero repitió esa frase cada noche, como si necesitara aferrarse a algo que no doliera. Poco a poco, sin entender del todo cómo, algo empezó a cambiar.
¿Cómo empezar a sanar sin saber por dónde?
Sanar no siempre requiere entenderlo todo. A veces basta con dar pequeños pasos reales:
Comer alimentos reales, no solo productos empacados.
Dormir sin pantallas cerca.
Salir al sol, aunque sea cinco minutos.
Abrazar. Y si no hay a quién, abrazarte.
Escuchar palabras que te calmen, no que te asusten.
Cambiar lo que repites: “No puedo” por “Estoy regresando”.
Y sí: hablar con eso que no ves. Llámalo como quieras: energía, Dios, vida, universo.
No se trata de magia. Se trata de recuperar una conexión.
El cierre que nos queda
La adicción no es una falla moral. Es una desconexión. Y lo contrario de una adicción no es la sobriedad: es el vínculo. Contigo. Con la vida. Con algo más grande que tu dolor.
No necesitas que alguien venga a salvarte. Solo necesitas volver a confiar en ti. En esa parte tuya que aún no se ha rendido.
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